La curiosidad me invade, pues cada vez que veo el faro retratado en mi guía, pienso: "Ahí quiero ir". Salgo del metro y a pocos metros me enfilo por una calle estrecha y solitaria. Su hedor me guía e indica que la dirección es la correcta. El agua que corre por la acera despide un fuerte olor a pescado, y éste consigue obsesionarme hasta provocarme nauseas. Menos mal que finalmente veo el faro, aunque me desilusiona la gran ilusión óptica que había creado en mi mente la fotografía de mi guía. En realidad, es un pequeño faro, nada que ver con la magneficiencia de otros que ya he visto. A su lado hay un pescador de cartón piedra, que mueve mecánicamente un brazo. Arriba, abajo, arriba. Aunque mi miopía me impide ver que es una figura y no una persona real hasta que me encuentro a escasos metros. Este lugar tan atípico está situado en el mayor centro de suministro y venta de pescado de París. Al ser domingo, el recinto estaba solitario y apenas había más actividad que dos camiones descargando.
Un poco decepcionada continuo caminando hasta una pequeña villa, llamada Santos-Dumont. Gracias al empeño de los artistas que allí habitan, continúa en esta un oasis de calma. De repente desaparecen los coches y parece que no esté en París. La quietud lo envuelve todo. Una pequeña chimenea deja escapar un humo blanco y constante que se expande poco a poco por la atmosfera, sumándose al escaparate de hojas caidas, escobas esperando a ser utilizadas y a rojas enredaderas que ponen una nota de color en esta tarde gris. Aquí parece que el tiempo baila poco a poco disfrutando del concerto de Otoño de Vivaldi que algunos de los huéspedes debe escuchar.
Continuo caminando y vuelvo al corazón del barrio en búsqueda de otro lugar secreto, aunque éste acaba siendo un poco decepcionante, pues es un taller que está cerrado y que poco aporta a lo que ya he visto. Me siento en el banco de un parque y ojeo el mapa para situarme. "Madame, s'il vous plaît nous sommes en train de fermer". El guardián que aún conserva el silbato en sus manos me abstrae de mis pensamientos devolviéndome al banco que ocupo. Salgo del parque y de repente una concentración de patinadores empiezan a cruzar la calle. Son muchos y de todas las edades y estilos. Y reflexiono sobre lo variopinto que puede ser París.
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