Llego a la plaza. El cielo está gris y la estatua dorada situada en el centro de la Bastilla pone un poco de color y solemnidad a esta tarde de otoño.
Las escaleras del edificio de la Ópera acogen un movimiento continuo de gente que espera y otra que ya ha encontrado a quien esperaba. En lo alto de todo, hay un grupo de jóvenes con cabellos largos, ropas sucias y raidas. Cigarros y alcohol pasan de una mano a otra.
Yo, como otros, espero y desespero al ver que la casera con la que he quedado no aparece. "Estoy en Champs Elysées, llego en media hora"- me dice al teléfono. Al menos me he comprado un libro, y aunque llueva, me refugio bajo el arco de la Opera mientras minuto a minuto profundizo en el mundo de Murakami.
"Aaaa eeeee" - grita un chico negro, de unos 23 años, con barba y unos ojos tras los cuales sólo se asoma una finísima raya blanca, quizás delatando que estaba drogado. Levanto la cabeza, lo miro fijamente y sonrio. Sigo leyendo y me interrumpe alguna vez más. Finalmente me dice: "Lo que te he dicho... (es decir, la cadena de onomatopeyas sin sentido) es que je t'aime, ... ton chatte ". Básicamente que me comía el coño. Seguí sonriendo y mirándole a los ojos diciéndole que no era francesa y no lo entendía. Entonces, se acercó a escasos centímetros de mis labios y lanzó un beso. Sonreí y se marchó, quizás un poco desconcertado. No tuve miedo, y eso me desconcertó a mi también, así que entré en razón y bajé las escaleras hasta la plaza.
Llovía y en el arcén mojado se reflejaban las luces rojas de freno de los coches. Ya cansada de esperar llamé a Catherine. Ya había llegado y me esperaba justo en frente con su pequeño citroen. Catherine me recordaba a las monjitas de mi colegio, tanto físicamente como por su falda hasta las rodillas y sus zapatos negros. Monté en su coche y nos enfilamos por una calle lateral a Bastilla. Cinco minutos y bajamos del coche. "Aquí es"- dijo mientras saliamos del coche. Entramos en un viejo edificio y subimos hasta el quinto piso. El suelo crujía bajo nuestros pies y la luz se apagaba de vez en cuando, dejándonos completamente a oscuras en esas estrechas escaleras de caracol.
Abrió finalmente la pequeña puerta roja y se descubrió un diminuto estudio, aún inhabitable pues estaba en remodelación. Una sala hacía a su vez de comedor y dormitorio, el sofá era la cama, la estantería era a su vez armario y despensa. Le dije que no estaba mal, pero al bajar a la calle las lágrimas ya me llegaban a la boca. Seré muy fatalista, pero en esos momentos me sentía estafada. Pagar 800€ por vivir en una caja de cerillas en la llamada ciudad de la luz que para entonces sólo era sombra para mí.
Sentí un gran bajón, pensé en lo deprimente de vivir en un sitio dónde la calle está viva y con bares para tomar, pero no tener con quien compartir todo eso. Tan metida estaba en mi negatividad que me pasé de estación de metro, con tan mala suerte que para cambiar de dirección tuve que salir del metro y volver a pagar con mi ticket de 3 zonas. Al cambiar del metro al tren, un chico se me pega detrás para colarse. Me giré indignada y llena de rabia. No hizo falta decir nada para que se excusara con un tímido "pardon".
Al llegar al andén, habia un chico tocando el jambé. El sonido del tambor retumbaba en el tunel y en el fondo sentía que toda esa fuerza estaba dentro de mí convertida en rabia.
Estos son momentos normales de bajón que uno puede tener o no al llegar a una nueva ciudad, cuando merece más haberse quedado en la cama. Suerte que al final lo arreglé saliendo de fiesta y bailando un poco, y es que la música lo cura todo :)
Ánimo Tere!! Verás como al final encuentras algo y después ya no te acordarás de estas primeras semanas.
ResponderEliminar1 besazo!
Si el hecho de que te sientas tan puteada es la clave para que escribas así de bien, igual me ahorro las palabras de ánimo... :p
ResponderEliminarEs broma. Tú que eres del club de los nómadas deberías saber que es muy normal pasarlo un poco mal al principio. Si no te había pasado nunca, has tenido mucha suerte, pero alguna ve tenía que ser la primera. Lo importante es tener la fuerza suficiente para superar el primer bache, y luego ya va todo cuesta abajo. Hasta que llegue el momento en que no quieras que se acabe (o al menos te dé mucha pena).
Claro, lo que te pasa a ti es que echas de menos a tu antiguo compi, y ahora ningún piso es bueno. ¡Te entiendo! :p Pero seguro que encontrarás algo que te guste, o al menos donde puedas vivir agusto. ¡Ánimo!
Un beso desde Singapur.