Todo empezó una tarde-noche cuando empezamos una party-line unos cinco locos para decidir que haciamos en semana santa. Buscando un punto de inicio dónde nos saliera económico volar, surgió una ruta: Venezia - Ljubiana - Zagreb - Venezia.
La organización tardó en llegar, pero justo la semana del viaje acabamos cerrando más o menos todo.
Venezia
Siete años atrás visité esta ciudad, ahora redescubierta. Hemos callejeado mucho, tanto que nos perdiamos y volvíamos a pasar por el mismo sitio.
Ese primer día, fuimos unos perracos y es que cuando Marcos y yo llegamos al hostal teníamos al Fran durmiendo. Nos costó un rato animarnos y salir a dar una vuelta por la isla del Lido. Quietud, lluvia, playa, casitas. En ese momento fue cuando compramos nuestro no desayuno: PANETONE. Esperamos a Teba, que llegó con algo de retraso... y es que el día que a nadie le pase nada con los trenes o los aviones será un verdadero milagro.
Ya juntos los cuatro partimos en Vaporetto a Venezia, está oscureciendo y el atardecer desde un barco es magnífico, tanto que nos inspira para hacer alguna foto "original".
Desembarcamos al lado del puente de los Suspiros, que nos creó un gran suspiro de decepción, pues está en renovación y han puesto unos paneles publicitarios alrededor que son casi más grandes que el propio puente.
Antes de llegar a Rialto, un gondolero nos pilló por banda, y por 70 euros nos hizo una ruta a los cuatro. Aunque sea una turistada, Fran no había subido nunca y por ese precio, no nos lo perdimos. Eramos el último turno de nuestro gondolero. Un chico guapo y jovencito que llevaba dos años en el oficio, más dos años de escuela de gondolero. No os penseis que esto es cosa fácil. Tienen que aprender la historia de Venecia y al menos otro idioma a parte del inglés, creo que era alemán o francés.
La embarcación se desplazaba por canales vacíos y calles oscuras. Cuando llegábamos a una esquina, el gondolero chillaba algo para avisar y no chocarnos. Finalmente accedimos a uno de los grandes canales, que tienen una profundidad de 6m. Nos dejó cerquita del puente de Rialto, dónde empezó nuestra odisea para cenar. Aunque al final encontramos un sitio.
La plaza de San Marco, quizás una de la más bonitas del mundo. Tenía un encanto particular, ya de noche, medio vacía, con pequeños charcos que reflejaban las luces de los antiguos cafés. Un olor a incienso que embriagaba toda la plaza y la música que surgía de un violín y un piano acompañando el movimiento de las góndolas ya descansando en el puerto.
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